Estamos viviendo en una época en
que el significado de la palabra está siendo bastardeado. Así, se utilizan eufemismos para referir a
circunstancias o hechos que no se pueden llamar por su verdadero nombre por
temor a ofender al auditorio, o directamente, se intenta mediante cualquier
artilugio idiomático modificar el
sentido de un vocablo para de este modo tratar de ocultar burdamente la
realidad.
A diario escuchamos frases
grandilocuentes, dignas de ser atribuidas a una inteligencia superlativa, pero que
nos resultan totalmente huecas, vacías de contenido y que no nos dicen absolutamente
nada.
También oímos frases de una
vaguedad tan extrema que permiten después de un mínimo cuestionamiento de un
tercero oyente, acomodar lo dicho para el rumbo interpretativo más beneficioso
para el autor.
Resulta así una buena herramienta
en la comunicación la intelectualización exagerada de cualquier frase o idea
que si se expresara en forma clara y simple sería fácilmente entendible por el
receptor, pero –obviamente- también
sería fácilmente rechazada o resistida en caso de no ser compartida. Con lo cual resulta más feliz y útil una
frase ambigua y alambicada que otra clara y concisa. Con la primera nos estaríamos encadenando a
la palabra mientras que con la segunda siempre tendríamos un camino optativo
para escurrirnos.
Cada vez mas resulta más frecuente
la utilización de excusas o palabras como “descontextualización” para negar lo
que uno claramente escuchó o entendió. La descontextualización pareciera ser la
forma más fácil de tratar de desdecirse que tiene la política actualmente.
Cualquier puede afirmar hoy algo, con una firmeza y postura doctoral, para
mañana –o quizás antes- desdecirse bajo el pretexto de la descontextualización
de sus dichos.
Sin embargo, por vaga, imprecisa,
intelectualizada o incierta que sea la palabra, la realidad es una sola y a la
observación del espectador, la misma
resulta evidente y sin necesidad de aclaración o interpretación alguna.
Seguramente la noticia va a ser objeto
de intelectualización, tildada con miles de calificativos, defendida con ataques al mensajero, aclarada y oscurecida a la vez y desmentida bajo pretexto de descontextualización. Sin embargo, la
realidad está ahí, a la vista de quien quiera verla.
Podrá argumentarse cualquier
excusa o argumentación en su defensa, hasta la más febril y alocada, pero
ninguna va a poder desmentir lo que el aumento del 100% de las dietas de los
legisladores es una burla a la población y muestra una falta de decoro,
desaprensión y honor en absolutamente todos los miembros del Congreso de la Nación.
Mientras la gente corre y hace
colas interminables, bajo el sol, calor, humedad y destrato, para conseguir una
humillante tarjetita violeta para obtener una rebaja en el precio del
transporte público, los legisladores bajo el pretexto y excusa inmoral de falta
de ajuste aumentan sus dietas en un 100%.
Mientras se presiona a los
sindicatos para que no puedan luchar por aumentos de sueldo equivalentes a los índices
reales de inflación, creando comisiones para fijar techos en las paritarias,
los legisladores se aumentan sus dietas en un 100%.
Mientras nos muestran como
nuestro mayor problema actual son las Islas Malvinas, como grandes magos y
prestidigitadores, con la mano oculta los legisladores se aumentan sus dietas
en un 100%.
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