Para la generalidad de las personas, su apellido, otorga una identidad, un sentido de procedencia, una conexidad con la historia viva de sus orígenes, y en la mayoría de las ocasiones, genera un sentimiento de orgullo justamente por sus ancestros que le dieron el apellido que a uno lo individualiza como parte integrante de una familia, una familia en sentido sumamente amplio, que incluso muchas veces trasciende las fronteras geográficas y temporales. Seguramente en no pocas ocasiones nos hemos encontrado buscando, indagando, los orígenes etimológicos, geográficos, étnicos, etc. de nuestros apellidos, con una mezcla de curiosidad y ansiedad, tratando de encontrar entre aquellos que tienen nuestro propio apellido algún "ilustre" ascendiente o "famoso" contemporáneo. ¿Quien no paseó en alguna oportunidad por Google o por otro buscador su apellido?? Quien no buscó en internet o por otro medio alguna información que pudiera darle una idea -si aún no lo sabe- o certeza -si aún no la tiene- sobre el origen de su apellido?? De donde viene? Que quiere decir??
La curiosidad por el orígen de nuestro apellido no es de ahora, es simplemente una especie de legado genético, una impronta que todos tenemos por saber quienes somos y de donde venimos. Una suerte de búsqueda de nuestros orígenes, porque en realidad, siempre además de buscar donde vamos, estamos tratando de investigar de donde venimos.
Hay quienes refieren que a partir del Siglo XI o del Siglo XII, por una cuestión simplemente práctica y de mera utilidad comenzaron a utilizarse derivaciones de los nombres para identificar a las personas, con lo cual se las comenzó individualizar a las personas con su primer nombre y otro segundo, para evitar la confusión de dos personas con el mismo nombre, o para determinar su parentesco con otro de la misma familia. Si bien, mucho antes, se utilizaba la procedente (de Tales, de Mileto, etc) para calificar una personas, o simplemente se le agregaban sobrenombres o características física, no tenían la significación de un apellido, y esto es así porque generalmente esta denominación particular no seguía a los descendientes.
Hay quienes indican que la Revolución Francesa habría sido uno de los hitos a partir del cual el uso del apellido empezó a generalizarse, no solo para individualizar la procedencia, sino fundamentalmente como reacción a las denominaciones de la propia nobleza. Una especie de rebelión contra aquellos que con su nombre solían identificarse como reyes o con aires de tal.
Hay otros estudios que determinan también que el apellido tuvo otro tipo de inicio y época, pero más allá de la teoría que uno considere más creíble o piense como más valedera, no hay dudas que el apellido sigue -en la normalidad de los casos- siendo un motivo de orgullo. Un elemento de pertenencia con orgullo a nuestros antepasados.
Más allá de esto, pareciera ser que parte de la Argentina actual no adhiere a este principio casi universal de orgullo por su pertenencia histórica. Así, pese a parecer ya una normalidad no deja de asombrar como en la última década de la vida política de nuestro país el apellido pareciera estar dejando de ser utilizado, al menos en aquellos que ejercen el poder o que pretenden hacerlo. No pasa desapercibido que haya quienes pareciera pretenden hacer olvidar quienes son en realidad, cuales son sus orígenes, su identidad, así podemos referir que hay una Cristina, hubo un Néstor, hay un Mauricio, un Aníbal, Felipe, Lilita, Máximo, el Alberto, en menor medida y con cierta timidez Daniel, Chiche, y la lista sigue. Todos únicos, como si tratara de una persona que con el nombre uno debiera saber de quien se trata. Diferencia absoluta con quienes hacían gala de su apellido con orgullo. Perón, más allá de sobrenombres y apodos, siempre fue Perón. Irigoyen igual, Sarmiento, San Martin, Güemes, Rosas, Urquiza, y la larga lista sigue. Actualmente, en otro paísses salvo algunas y mínimas excepciones -quizas Fidel e Ivo- resulta impensable llamar a Chavez solo como Hugo, a Sarkozy solo como Nicolas, a Obama solo como Barack, e incluso más cerca a Mujica como José o Piñera como Sebastian.
Indudalmente, somos un país sumamente dificil de comprender. Por un lado, en la búsqueda eterna -y hasta en algunos casos mediáticos lindante con lo enfermizo- de la identidad perdida, y en otros, con una intencionalidad manifiesta y deliberada de intentar la identificación personal mediante la utilización única de un nombre, tratando de borrar o soslayar al menos el apellido que justamente nos individualiza y enorgullece como rasgo identificatorio con descendientes de nuestros ancestros.
¿Será esto un intento para que las próximas generaciones no tengan certeza de los orígenes de quienes ahora se pretenden identificar solamente mediante su nombre?? ¿Será un acto reflejo de protección para sus descendientes??? Quizás sea una simple cuestión consejo de asesores de imagen en un intento de lograr un acercamiento con la gente -no logrado al menos hasta hoy- mediante su identificación a un simple, sencillo y único nombre??
Quizás simplemente y en definitiva, solo se trata de una contra Revolución Francesa, por lo que no debería asombrarnos demasiado si el día de mañana -o pasado o en unos años- vemos que los Néstor, Cristina, Anibal, Mauricio, Felipe, etc. comienzan a estar numerados.
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